lunes, 22 de febrero de 2016

El sonido de una mano aplaudiendo

Desde mi punto de vista, el aplauso supone poco más que el devolver los buenos días por la mañana, una fórmula de cortesía: me has oído recitar y lo agradeces o pides paso al siguiente. En realidad, lo auténticamente incomparable es el placer de la escritura. Para mí, el verdadero aplauso (lo hablaba el otro día con Paolo Colleoni en el Magín), es el silencio, el tiempo de incertidumbre que percibo entre el público (casi puedo sentir el ruido de los engranajes activos, en el interior del cráneo), mientras intentan descifrar el sentido de lo que escuchan. Para eso escribo (por eso recito), y para celebrar los ocasionales destellos de belleza de este sinsentido. Que otros se jacten de los pósteres con su imagen que las adolescentes usan para cubrir las paredes de sus cuartos (aunque sé que también por eso me envidian...)

+José Icaria 

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